Por Natalia Morales
Inaugurada la temporada oficial de viajes, las cuadrillas de
golondrinas empiezan a circular por todo el país. Alzamos vuelo desde el norte
argentino y sur boliviano, ese que nadie conoce, el tapado por las manos de los
que nos venden como buenos salvajes. Cuadrillas de Sucre, Santa Cruz, Potosí,
Jujuy, Salta, Tucumán van empalmando dirección sur oeste. Somos cientos de
miles.
Me veo obligado a volar una vez más por las redes de la
explotación agraria, ruta de viaje que no se elije sino que se impone, en
Tartagal, mi pueblo, las posibilidades de trabajo son escasas. La extrema
pobreza en la que viven y vivieron mis abuelos y mis padres me llevan a pensar
que quizás tenga razón ese contratista que nos vende trabajo bien pago y
espejitos de colores. Yo no quiero vivir así. Me voy con promesas de volver
cuando termine la temporada, con unos
cuantos pesos demás, que me permitan tirar los meses que no tenga trabajo y quizás
comprarme esa moto que necesito, para no caminar tanto cuando hago changas en
la construcción, o para salir a dar una vuelta a la noche, cuando una leve
brisa refresca las caras cansadas de los que vivimos en las tierras calientes
del monte salteño.
Cadenas invisibles pesan sobre mis alas, desvían mi vuelo y
me llevan donde no quiero ir, donde paso hambre, donde veo salir y ponerse al
sol en un campo que no puedo disfrutar, ni las frutas saborear, nada, nada,
nada de lo que hago me pertenece, sólo mis manos curtidas de azadas, tijeras y
machetes, con callos que dan cuenta de mi vida de peón. Me hubiera gustado
seguir jugando la liga de fútbol donde juego con mis amigos, había pasado a ser
arquero titular de mi equipo Deportivo Guaraní... sabe amarga la vida impuesta
a los pobres, a los negros, a los indios del campo. Soy guaraní y las 60
golondrinas de mi cuadrilla también, somos de la misión Cherenta y pareciera
que nacimos condenados a que nos miren con desprecio, a que nos maltraten y
humillen por el solo hecho de tener piel mas oscura, pelos quiscudos, ojos
pequeños. A pesar de esto voy depositar
mis esfuerzos en el objetivo que me separó
2300 km de mis queridos. Está llegando el día de pago y ansioso pienso
en mandar parte de la plata a mi padre y ahorrar unos pesos. Hace rato que él
ni mi novia saben de mí, esta vez la plata no me alcanzó para hablarles por
teléfono. Tengo ganas de comprar un celular, necesito escucharlos, saber de
ellos también.
Cuando era chico mi madre insistía que debía respetar y
perdonar a los demás, a los que nos agreden, pero no puedo de dejar de
sentir odio e impotencia de lo que nos
pasa. Nuestra situación no cambia y por momentos desespera. Varias veces me
pregunté por qué tenia que ser así. El viernes pasado antes de ir a distraernos
a la disco Macuba, acá en Choele Choel, caminábamos con Angel y el negro, cerca
de lo que sería la parte principal de la Estancia donde viven los patrones y no
pudimos dejar de comparar esa gran mansión con la miseria de lugar donde
tenemos que dormir, en la misma estancia, pero en un galpón viejo que ya no
sirve para acondicionar la frutas, todos apilados uno al lado de otro, con un
baño para tantos y ducha con agua fría. Veíamos los lujos desde lejos y más
bronca nos daba sabiendo que todo eso es gracías a nuestro trabajo. De golpe,
empezamos a descargar enojos contenidos entre los tres y comentabamos distintas
situaciones que viviamos de injusticia con los capataces, los técnicos y los
patrones, por momentos, empezamos a suponer distintas situaciones donde los
echábamos de la estancia, donde hacíamos sabotaje y dejábamos de trabajar, hacíamos huelga, sin darnos cuenta,
entre risas de libertad, empezamos a imaginar que nuestras vidas podían cambiar
de rumbo. Espero cobrar lo convenido, no
es mucho y las doce horas pesan sobre mi columna, faltan pocos días igualmente,
quizas así pueda hablar por teléfono a los que extraño y contarles de esto que
nos pasa, que estoy bien, que las cosas están así y quizás las podamos cambiar.
Daniel.
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