jueves, 23 de mayo de 2013

Memoria de la clase obrera azucarera: LA MASACRE DE RINCON BOMBA

por Natalia Morales


La historia de la clase obrera azucarera está llena de luchadores y de mártires que son necesarios conocerlos, rescatarlos del olvido, del ocultamiento. de la negación, y traerlos a nuestro presente porque somos parte de ellos y tenemos que luchar en su memoria. La Masacre de Rincón Bomba es un ejemplo de ello y aquí van mi humildes palabras para no olvidarme de mis hermanos de clase, en este caso tambien integrantes de pueblos originarios de las tierras bajas que fueron despojados de sus territorios y esclavizados en las peores condiciones como mano de obra de los enclaves industriales, en este caso del azucarero.

Como decimos, no fuimos ni somos sumisos, y en este hecho, miles de zafreros de la etnia pilagá, que se pasaban meses para llegar al ingenio, se rebelaron ante Patrón Costas, dueño del Ingenio San Martín del Tabacal, y no aceptaron el pago de un tercera parte del monto acordado. Dejaron el ingenio y volvieron caminando a sus reductos en Formosa, sin dinero, sin alimentos, sin ropa. Niños, mujeres y ancianos muriendo en el camino eran los “saldos” de cada ida y vuelta al ingenio y esta vez no fue distinto. Lo particular fue que, ya llegados a Formosa, se asentaron en una zona llamada Rincón Bomba, donde tuvieron la solidaridad de sus hermanos originarios asentados allí, aunque fueron rodeados como un verdadero gueto por los gendarmes de la zona. Quisieron expresar su descontento, ser visibilizados, quisieron tener un mejor porvenir, recuperar sus territorios y solo recibieron, un día como hoy, durante el gobierno de Perón en el año 1947, las balas de las ametralladoras de las fuerzas represivas del estado, que asesinaron salvajemente alrededor de 500 personas, entre ellas mujeres, niños, ancianos, todos en un día. Los sobrevivientes fueron perseguidos y asesinados días posteriores en otros lugares cercanos a sangre fría. Sus cuerpos quemados. Según trabajos recientes y los relatos de algunos sobrevivientes, se puede estimar que entre asesinados, desaparecidos y muertos por hambre, enfermedades y envenenamiento por consumir mercadería vencida llegan a 1200 personas.

Los medios de la época hablan de levantamientos de los pilagá, que estaban armados, pero de hecho no hay ni un gendarme herido ni asesinado. Fue una masacre perpetuada por el estado. Estado que responde a los intereses de los patrones, y entender el ensañamiento y la crueldad de lo que fue esta masacre es comprender que detrás de esto estaban los ojos empresariales puestos en las tierras fértiles de los pilagás, en adiestrar y amedrentar a una clase obrera que se podía levantar y despertar. El gobierno democrático de Perón no hizo nada al respecto, sólo mandar unos vagones con mercadería y remedios a Formosa antes de la masacre, que fueron demorados y por eso llegaron los alimentos en mal estado, vencidos, llenos de hongos produciendo más muertes. ¿me pregunto si se puede comparar una ayuda asistencial con poder cuestionar e ir verdaderamente contra los intereses de las patronales agrarias que idearon este hecho?, o con desentenderse de la responsabilidad directa, que es lo mismo que avalar, de la gendarmería en la matanza y desaparición de estas familias trabajadoras pilagás? NO. El gobierno de Perón fue cómplice y responsable también de tal masacre.

Hoy,en este gobierno democrático, siguen despojando a pueblos originarios de sus territorios, no tienen tierra para sus viviendas, siguen explotados, oprimidos, discriminados, teniendo los peores trabajos, los más humillantes…

Hoy los siguen asesinando y solamente reciben la miseria asistencial del estado patronal y su gobierno de turno.

Muchos de ellos siguen siendo parte de la clase obrera azucarera que junto a las valientes mujeres, a los jóvenes, van a vengar a sus muertos, el odio se transformará en fuerza para romper sus cadenas …

Hoy vuelven a despertar…

martes, 14 de mayo de 2013

¿Argentina o Bangladesh?

por Natalia Morales


Desde que tengo noción de niño que acompañé a mi padre en el surco. Jugando entre planta y planta ayudaba a cortar sus frutos. Recuerdo el despertar cuando el cielo estaba aún negro. Me costaba hacerlo. La bocina del camión que pasaba por las calles del poblado terminaba de despertarme con sus chillidos. Había que apurarse para tener un lugar donde sentarse en el suelo. La media hora de viaje por calles de tierra cansaban mis piernas si llegaba a estar parado.

Recuerdo que quería ser grande como ellos, entonces cosechaba los frutos a la par. No quería abandonar a mi padre. No quería quedarme solo. Entonces me apuraba y cortaba las frutas detrás de él. Volvíamos cuando en el cielo ya casi no quedaba sol. Las 14 horas de surco aplastaban mis ojos que querían permanecer abiertos. Caía dormido en los brazos de mi padre cuando se sentaba en el colchón a descansar. Recién ahí me sentía protegido para hacerlo.
Así de chico aprendí que debíamos esforzarnos mucho para tener más fichas ya que las mismas se cambiaban por plata. Comprendí porque mi padre, a pesar de sus manos lastimadas, cortaba los capullos más rápido que una máquina. Enojé cuando a pesar de los esfuerzos no nos alcanzaba para comer. Lamenté verlo agotado y envejecido a pesar de sus 31 años.
Lo peor es el trabajo en el campo, me repetía. Porque no hay descansos. Porque los capataces te tratan como animales. Porque siempre te pagaban de menos. Porque el sol arde fuertemente en la cara y el viento parte los cachetes. Porque el frío congela los huesos por tener poco abrigo. No hay tiempo ni para enfermarte. O trabajas o pereces.

Viví y trabajé en el campo hasta los 11 años hasta que mi padre consiguió trabajo en un taller de costura.  Un día agarramos nuestras ropas y escapamos con la esperanza de que la vida será mejor en la ciudad. Mi tío que estaba allí nos decía que en la ciudad hay muchos edificios y necesitan ayudantes, que hay talleres de ropa y necesitan costureros, que los comercios y las casas de familia necesitan que alguien los pueda limpiar. No sabíamos de costura, así que empezamos de aprendices a cambio de un lugar para dormir y de comida.
En el campo por lo menos veía la luz del sol y escuchaba el cantar de algún pájaro que pasaba volando . Ahora, en estos edificios llenos de pisos, la luz la da una lámpara y el cantar se transforma en un silbido agudo permanente que retumba en mi cabeza debido a la máquina que manejo. Nuestro tiempo se diluye entre telas, costuras y rodillos que no dejan de andar.
Extraño a mi padre. El estaba en el edificio que se derrumbó como si fuera una torre de cartas que se desploma por el leve soplido del viento. Así lo vi desde la torre del frente. Sabía que no me tenía que separar de él, pero a los que éramos más chicos nos llevaban a trabajar a otro edificio. Teníamos otras tareas. ¿Lo podría haber socorrido si estaba ahí?
Ahora estoy con mi tío que lastimado salió de los escombros. Estoy con otras personas que vivian en el mismo edificio que nosotros. Todos cocíamos. Todos teníamos algún familiar, conocido o amigo que quedaron enterrados. No hubo tiempo para dejar las máquinas. Algunos solo llegaron a abrazar a su ser querido en algun intento de no llegar solo ante la muerte. ¿quién devuelve a mi padre?
Pasan los días y las lágrimas siguen desparramadas en los ojos que veo. Caras doloridas en busca de algún consuelo. Bronca que se multiplica mientras pasan las horas.

Después de todo lo ocurrido me doy cuenta que lo cosechado en el campo y lo elaborado con las telas sirven de ganancia para otros. Otros que no trabajan y hacen grandes negocios a costa de nuestras vidas. Que lo que pasó con el edificio se podía evitar. Y si se podía evitar no teníamos heridos ni muertes. Ahora se que la prenda que yo hacía supera diez veces a mi salario en un mes. Que la marcha en la que participé hace unas semanas era también para recordar a trabajadores que habían sido asesinados por querer trabajar menos, por mejorar la vida de quienes cocemos, construimos, enseñamos.
Mis lágrimas se esfumaron. Todas se convirtieron en furia. Todas endurecieron a este niño que no fui. En los surcos, detrás de las máquinas somos millones de chicos quienes no tenemos derecho al descanso, al alimento, a los juegos. Nuestra infancia quedó sumergida en el destajo capitalista y ahora resurgimos como respuesta del último latigazo recibido sin previo aviso. Ahora debemos prepararnos. Sino no hay enfrentamiento posible. Ni realidad que pueda cambiar.

No importa dónde es. El campo o la ciudad. ¿Argentina o Blangladesh? ¿Cuál lejano puede estar de nosotros? ¿Cuál última gota que rebalsa el vaso hay que esperar para reaccionar? Un llamado incesante que te espera.

Cuando los obreros se plantan ante el municipio

por Natalia Morales
 
 
"El trabajo del campo es muy duro. Al trabajo de recolección de basura lo asimilo al trabajo de campo porque entras a las 5 de la mañana con lluvia, calor, caigan truenos, piedras o lo que fuere. Lo mismo hay que salir afuera. No tenes feriados, ni domingos que valgan". Así nos contaba Mario en un pequeño cuarto de la delegación municipal de Alto Comedero, al cumplirse el tercer día de paro que vienen realizando los recolectores de basura. Los obreros me dicen que esa es su oficina. Precaria, de bloque, oscura, como todo lo que el municipio destina a los obreros que mantienen los servicios públicos que debe garantizar el ejido.

Mario, de 38 años, cuenta que a los 15 años ya trabajaba en el campo. Fue un obrero golondrina como tantos miles de jujeños cuya infancia y juventud está marcado por el calendario de cosechas. Tabaco, caña de azúcar, ajo. Figurita que se repite al hablar del pasado obrero de los más precarizados del campo y la ciudad. Ahora, casado y con dos hijos en la secundaria, Mario y su familia vive en el populoso barrio Alto Comedero. Barrio conformando al calor del neoliberalismo que, sin permiso, expulsó a familias enteras de distintos puntos de la provincia, de las minas, de los ingenios. Así el Alto alberga a mas de 100000 personas en casas de cartón de planes de viviendas, asentamientos, loteos y cooperativas que se levantan sobre suelos arcillosos no aptos para tal tarea. Calles de tierra, alumbrado público escaso, cordones cunetas escuetos, salud y educación insuficientes y trabajadores precarios y en negro, como los obreros municipales, muestran la falta de una planificación urbanística y los bajos presupuestos destinados al pueblo trabajador en la ciudad capital de Jujuy.

El paro nos sorprende con mañanas otoñales frías que se ven contrarrestadas por el calor de las gomas que se queman detrás del portón de entrada. Portón que hoy está cerrado. Atravesado por una bandera que dice "recolección en lucha". Mientras los obreros charlan entre ellos en pequeñas rondas, Mario me comenta lo difícil que es trabajar con máquinas inadecuadas. Me muestra los camiones viejos que se usan para la recolección y que esta vez están estacionados, a modo de protesta por vejez. "Acá no tenemos camiones donde vos pones la bolsa en la caja y hay un dispositivo que comprime la basura. Tenes que tirar hacia arriba las bolsas y se tiene que subir una persona a romperlas porque si no el camión en dos cuadras se llena. Eso es lo feo. Te subis arriba a romper bolsas y encontras perros muertos, pañales...encontras de todo. Hay muchachos que salen vomitando..."

Los accidentes son reiterados, continúa, "Hay personas que se han caído del camión, han quedado inválidos. Como las calles no están asfaltadas pasa el camión y te saltan las piedras. Hay bolsas a las que le ponen lavandina para que no se acerquen los animales y uno cuando levanta la bolsa te salta la misma. Muchos compañeros se han quemado los ojos así. Llegas a tu casa y te duele todo el cuerpo. Tenes que ir a la salita colocarte vacuna porque no sabés lo que te va a pasar". En medio del playon son varios los obreros que se acercan solo para mostrarme los cortes en sus manos, en sus piernas, muestran las zapatillas entregadas por el municipio que no amortiguan para nada las corridas tras el camión. Me cuentan de atropellos con vehiculos, de cortes con vidrios, de dolores de espalda, de mordidas de perros. Desgarros. Caídas del camión. Cansancio. La lista es larga. Las respuestas del municipio ante la situación limitada.

Mario cuenta que escribieron un comunicado y fueron a las radios y televisión para explicar la situación a los vecinos. En el mismo se reafirma "la medida no es contra los vecinos, el intendente es el responsable de la situación que atraviesan los trabajadores". Dante, otro obrero de recolección afirma: "mis vecinos conocen de mi trabajo, yo recolecto la basura de mi cuadra, saben y comprenden la situación en la que nos encontramos, la mayoría de los que hacemos paro vivimos aquí”. Una posibilidad concreta de fortalecer la solidaridad entre vecinos y trabajadores.

La situación de los obreros de recolección es el nítido reflejo de miles de trabajadores que en Jujuy mantienen las escuelas, los hospitales, los municipios por menos de 1000 pesos. Sin ellos no funcionaría ningún servicio público en la provincia. Son indispensables. Pero a la misma vez son los más vapuleados por el estado, que siendo municipal, provincial o nacional, mantiene a más del 50 % de trabajadores en negro.

Los obreros municipales de recolección a través de su lucha demuestran que con organización democrática y confiando en la propia fuerza de los trabajadores puede ponerse en cuestionamiento la condiciones salariales y laborales de los lugares de trabajo. Justamente hace un par de semana en las elecciones sindicales del municipio Mario, salió elegido delegado del sector junto a Alejandro.
En el marco de la negociación pero con la medida firme a pesar de los rompe huelgas, los obreros  arrancaron la propuesta concreta de reconocimiento del municipio como trabajadores del estado, la duplicación de sus salarios, un aumento del incentivo por insalubridad. El conflicto no terminó todavía. Continúa un largo camino por recorrer donde también están invitados los demás trabajadores estatales a ser parte.